domingo, 10 de febrero de 2013

¿Y qué hago ahora?




En medio de la jarana carnavalera y no por llevar la contraria, traigo aquí la frase que más oímos estos días los profes y los padres, cuando esta panda que nos ocupa recibe información del departamento de Orientación, para que se lo vayan pensando, vamos. No se refieren, claro está, a de qué manera piensan vaguear en verano, sino a lo que van a estudiar al acabar la Secundaria o el Bachillerato. Y deben hacer lo que les guste, aquello por lo que muestren un razonable interés y para lo que cuenten con unas destrezas básicas. No podemos proyectar en ellos nuestras ilusiones o, peor aún, nuestras frustraciones, ni debemos limitarnos a simplones análisis del mercado laboral actual: Cuando yo estudiaba, los médicos y enfermeros no encontraban trabajo, ahora los hospitales no encuentran tantos profesionales, y la oferta en varios países de Europa es todavía mayor.
Yo estudié una carrera con pocas salidas, en casa no me dijeron nada, pero estaba claro que, al acabar, o investigaba o daba clase. Las posibilidades de lo primero en este país eran casi las mismas que las de un maestro rural de llegar a ser cacique del pueblo cuando reinaba Alfonso XII. Pero me acuerdo de una especie de pacto que hicimos varios amigos de la carrera: estudiamos las oposiciones de enseñanza y, si no aprobamos en un plazo razonable, nos vamos donde sea, a Londres a fregar platos, y de paso a aprender inglés, con una ONG de cooperantes, a una plataforma petrolífera (no crean, localizamos varias que ofertaban trabajo), de marineros en un barco mercante, daba igual. Incluso pensamos en un “contacto” que teníamos: el tío de uno de mis amigos era profesor en la Universidad de San Salvador con el jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado por los paramilitares poco después.
Importa, al fin, tu formación como persona, tus conocimientos, y no de qué trabajas. Pienso ahora en un amigo camionero con el que es posible hablar hasta de filosofía y en un joven licenciado en derecho con el que coincidí trabajando, que todavía llevaba la boina a rosca. Nuestra mentalidad no casa mucho con ese amor al trabajo que pregona la moral calvinista, pero tener un sentido hedonista de la vida es perfectamente compatible con la ilusión por ser un buen profesional, de lo que sea. Lo que está claro es que no van a venir a traerte el trabajo a casa, sobre todo si vives en Berantevilla. Hay que salir a buscarlo con una buena formación, al menos otro idioma además del materno y muchas ganas de aprender. Y eso significa también dejar la boina o la chapela para cuando seamos viejos y arrecie el frío.




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